viernes, 14 de junio de 2013

Mater et magistra.

Así es ella, madre y maestra de nuestra alma.

Juan Pablo II en su catequesis (4-XII-96), sobre María nos habla sobre la " (...), la misión educativa de María, dirigida a un hijo tan singular, presenta algunas características particulares con respecto al papel que desempeñan las demás madres. Ella garantizó solamente las condiciones favorables para que se pudieran realizar los dinamismos y los valores esenciales del crecimiento, ya presentes en su hijo. (...), su plena conciencia de ser el Hijo de Dios, enviado a irradiar la verdad en el mundo, siguiendo exclusivamente la voluntad del Padre. De maestra de su hijo, María se convirtió así en humilde discípula del divino Maestro, engendrado por ella.
Permanece la grandeza de la tarea encomendada a la Virgen María: ayuda a su Hijo Jesús a crecer, desde la infancia hasta la edad adulta, en sabiduría, en estatura y en gracia ( Lc 2,52 ), y a formarse para su misión. María y José aparecen, como modelos de todos los educadores. De todos los padres.
Que madre no enseña a su hijo/a. 


Una madre resignada por lo acontecido con su hijo. Dos pilares fundamentales que forman la unión del amor y la esperanza.

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